Mis ojos se
iluminaron al ver aquella hermosa lluvia de estrellas, la cual, se repetía cada
trece de diciembre y contemplaba desde ocho años atrás, cuando llegué al orfanato.
Yo estaba a punto de
cumplir diez años cuando me encontraba en la montaña con mis padres. Nos
habíamos ido de excursión para pasar un día en familia, pero se convertiría en
la peor de nuestras pesadillas. Recordaba cómo mi padre se puso tenso de repente
y, al mirar a mi madre, comenzaron a acelerar el paso. Incluso me tomaron en
brazos para no retrasarse.
Un estallido resonó
entre los árboles y mi madre me apretó contra su pecho. Yo no entendía nada,
pero me entró el pánico cuando vi acercarse a varios hombres armados. Fue todo
muy rápido, incluso lo recordaba como un flash. Mi madre me puso en el suelo y
me rogaron que echara a correr sin mirar atrás. Las lágrimas comenzaron a
desbordarse por mis mejillas mientras huía por las lindes del bosque y dejaba
atrás a las dos personas que más amaba.
Iba tan deprisa que
me precipité contra el suelo al chocar con alguien. Alcé los ojos temerosa y me
encontré con un amigo de mis padres. “Te pondremos a salvo Valery”-me susurró,
y nos montamos en un coche del que no salí hasta llegar al orfanato tras un día
y medio de viaje.
El trece de diciembre
fue el día que me separé de mis padres y no volví a saber nada de ellos. Doña
Victoria se convirtió en mi tutora y, tras cumplir los diez años, me dieron la
noticia de que mis padres había muerto aquel día.
Por eso miraba las
estrellas que aquel momento, porque algo dentro de mí me decía que aquella
lluvia celeste eran los brazos de mis padres que me envolvía toda la noche para
decirme que jamás se irían de mi lado.
Me eché a llorar casi
sin pensarlo y Darío me abrazó. Sólo él sabía lo culpable que me sentía por
haberlos abandonado aquel día en vez de quedarme con ellos.
- No llores
Valery, sabes que no eres culpable -susurró.
- Los echo de
menos Darío -sollocé. - Han pasado ocho años y aún lo revivo como si hubiera
sucedido ayer.
- No los podrás
olvidar, es imposible olvidar a las personas importantes de tu vida. Y aunque
se alejen será como si no se hubiera marchado.
- Por eso me
gusta observar las estrellas. Para mí ellos están ahí y no me abandonan nunca.
- Lo sé Valery,
yo también lo creo.
Le sacudí su pelo
castaño antes de que ambos nos riéramos y contempláramos el rastro brillante
que la lluvia de estrellas había dejado antes de desaparecer.
La tranquilidad de
estableció entre nosotros hasta que escuchamos un ruido estrepitoso seguido de
un portazo. Esa era la señal. Doña Victoria estaba deambulando por los
pasillos, así que no nos quedó más remedio que ponernos en pie y echar a
correr.