Capítulo dos (Primera parte)

27 noviembre 2011

Mis ojos se iluminaron al ver aquella hermosa lluvia de estrellas, la cual, se repetía cada trece de diciembre y contemplaba desde ocho años atrás, cuando llegué al orfanato.
Yo estaba a punto de cumplir diez años cuando me encontraba en la montaña con mis padres. Nos habíamos ido de excursión para pasar un día en familia, pero se convertiría en la peor de nuestras pesadillas. Recordaba cómo mi padre se puso tenso de repente y, al mirar a mi madre, comenzaron a acelerar el paso. Incluso me tomaron en brazos para no retrasarse.
Un estallido resonó entre los árboles y mi madre me apretó contra su pecho. Yo no entendía nada, pero me entró el pánico cuando vi acercarse a varios hombres armados. Fue todo muy rápido, incluso lo recordaba como un flash. Mi madre me puso en el suelo y me rogaron que echara a correr sin mirar atrás. Las lágrimas comenzaron a desbordarse por mis mejillas mientras huía por las lindes del bosque y dejaba atrás a las dos personas que más amaba.
Iba tan deprisa que me precipité contra el suelo al chocar con alguien. Alcé los ojos temerosa y me encontré con un amigo de mis padres. “Te pondremos a salvo Valery”-me susurró, y nos montamos en un coche del que no salí hasta llegar al orfanato tras un día y medio de viaje.
El trece de diciembre fue el día que me separé de mis padres y no volví a saber nada de ellos. Doña Victoria se convirtió en mi tutora y, tras cumplir los diez años, me dieron la noticia de que mis padres había muerto aquel día.
Por eso miraba las estrellas que aquel momento, porque algo dentro de mí me decía que aquella lluvia celeste eran los brazos de mis padres que me envolvía toda la noche para decirme que jamás se irían de mi lado.
Me eché a llorar casi sin pensarlo y Darío me abrazó. Sólo él sabía lo culpable que me sentía por haberlos abandonado aquel día en vez de quedarme con ellos.
- No llores Valery, sabes que no eres culpable -susurró.
- Los echo de menos Darío -sollocé. - Han pasado ocho años y aún lo revivo como si hubiera sucedido ayer.
- No los podrás olvidar, es imposible olvidar a las personas importantes de tu vida. Y aunque se alejen será como si no se hubiera marchado.
- Por eso me gusta observar las estrellas. Para mí ellos están ahí y no me abandonan nunca.
- Lo sé Valery, yo también lo creo.
Le sacudí su pelo castaño antes de que ambos nos riéramos y contempláramos el rastro brillante que la lluvia de estrellas había dejado antes de desaparecer.

La tranquilidad de estableció entre nosotros hasta que escuchamos un ruido estrepitoso seguido de un portazo. Esa era la señal. Doña Victoria estaba deambulando por los pasillos, así que no nos quedó más remedio que ponernos en pie y echar a correr.



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Capítulo uno (Segunda parte)

20 noviembre 2011

Me levanté tambaleándome y me apoyé en la pared. Con dificultad me puse la camiseta y alcancé la puerta. Fuera me esperaba Delia.
- Vi a doña Victoria salir y como no te encontraba supuse que estarías aquí -susurró.
- Ya ves, los retrasos son imperdonables -dije con ironía.
- Vamos anda, necesitas una buena cura.
Me agarró por la cintura y subimos la escalinata de piedra. Recorrimos el pasillo de la zona oeste hasta llegar a nuestra habitación. Una vez allí, me deshice de la camiseta y el sujetador y me tumbé boca abajo.
Gemía de dolor cada vez que Delia me tocaba las heridas pero tenía que aguantarme si me interesaba recuperarme. Aquella noche era una de las más importantes, y pensaba subir a ver las estrellas pasara lo que pasase. Todo en mi vida tenía un motivo, y aquello más.
- Oye Delia, ¿vendrías conmigo a ver las estrellas luego?
- Valery, debes estar de broma. Después de lo que acaba de suceder, enserio piensas en algo así?
- Claro que lo pienso -dije mientras comenzaba a ruborizarme.
- Tú y tu afán por esas cosas tan insignificantes. ¿De verdad te importa tanto?
- Me reconforta, sólo eso.
- Lo que a mí me reconforta es ver a doña Victoria bien lejos, y tú sólo haces que nos ande detrás.
La falta de sensibilidad de mi amiga en momentos como aquel sólo lograba entristecer mi alma y aflorar oscuros recuerdos. Mi alma se llenaba de un gran vacío del que me costaba varios días salir. Pero no podía echarle nada en cara. Sólo había una única persona que sabía la verdad.
- Siento ser un incordio Delia.
Suspiré llena de amargura y me vestí. Al asomarme a la ventana, noté cómo el frío de la noche me envolvía. Regresé a por una sudadera y me la puse antes de encaramarme al árbol que había junto a mi ventana y trepar con cuidado hasta el tejado.
La humedad de la zona pronto quiso adueñarse de mi cuerpo, por lo que abracé mis rodillas para entrar en calor.
Faltaba una semana y media para Navidad, y ya el invierno estaba metido de lleno en la ciudad. Además, se notaba en el cielo: nunca brillaba tanto como esa noche.
Vi a lo lejos una sombra y me reí. Jamás olvidaba aquel día tan importante para mí y eso me hacía sentir especial. Al llegar a mi altura, sus ojos color miel me miraron intensamente y se cruzó de brazos.
- Llegas tarde.
- Tengo excusa -sonreí.
- Más te vale que sea buena.
- Oh sí, lo es. Lástima que haga frío, porque te enseñaría las pruebas.
- Valery...
Darío me miró y sus ojos perdieron su brillo. Era mi mejor amigo allí, el único al que le contaría mis más remotos secretos. Por eso adivinó lo que había ocurrido con la bruja, y se sentó corriendo a mi lado.
- ¿Cómo estás?
- Saber que hoy era el día me reconfortaba. Gracias por venir Darío.
- Calla Valery, mira al cielo.

Y en aquel momento, se produjo ante mis ojos la imagen más maravillosa y reconfortante de mi vida, la imagen que más me llenaba por dentro y sacaba lo mejor de mí.



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"Capítulo uno (Primera Parte)"

13 noviembre 2011

  Ya no se veía el sol. Las primeras estrellas comenzaban a salir en aquel cielo negro que pronto empezaría a brillar. Tocaba noche de estrellas fugaces.
  Toqué en la puerta con una dulce sonrisa, pero se me borró en cuanto doña Victoria apareció en el portón. Llevaba el bastón en la mano, lo que significaba mala señal. Y su expresión lo dejaba aún más claro. 
- Había ido a dar una vuelta. Los viernes está permitido salir -sonreí.
- Son las diez de la noche. Sabes de sobra que el toque de queda es a las nueve y media. 
- Lo sé pero me retrasé sin darme cuenta y...
- ¡No me vale ninguna excusa! -gritó mientras me apretaba el brazo con fuerza. - Ya sabes a dónde tienes que ir.
  Me adentré en aquel lúgubre orfanato con el rostro decaído mientras me preparaba para volver a ser castigada. 
  Nunca me había considerado rebelde, incluso era una de las más tranquilas allí, pero era mi curiosidad la que hacía que fuera la más castigada. No tenía la culpa de ser una romántica y querer salir a descubrir. Para mí, todo lo que había tras esas tristes paredes de piedra en las que vivía tenía mucho valor. Y más desde que mi vida se convirtió en una monotonía al llegar allí.
  Llegué ante la puerta negra y volvieron a mí los fuertes sonidos de aquel estruendo, el crepitar de aquella tira de cuero sobre nuestras espaldas. Para todos los que nos encontrábamos en aquel orfanato, aquella era la habitación de la tortura, donde doña Victoria desahogaba su amargura con castigos basados en la vieja usanza.
  No me quedaba otro remedio, así que entré. Me desprendí de mi camiseta y me volví hacia la pared, apretando con ira las argollas de hierro que nos servían de apoyo en aquellos momentos.
- Vaya, veo que te sabes muy bien el proceso -dijo con rabia. 
- No es culpa mía que me castiguen por salir a ver las estrellas.
- Lo que aún no has aprendido es que no debes contestar. Sólo por eso, hoy recibirás el doble.
  Cogió el látigo que colgaba de la puerta y cerré los ojos para que el sonido y la intensidad de los diez latigazos no me resultaran tan dolorosos.
  Resonaron en toda la habitación debido a la fuerza que dona Victoria empleaba en golpearme. En aquellos momentos nada podía disminuir el dolor. Sólo pude sentir un soplo de aire fresco cuando escuché los pasos de doña Victoria hacia la puerta. Yo suspiré y me dejé caer de rodillas al suelo. Tenía la frente perlada de sudor y el cuerpo me temblaba con brutalidad.
- Espero que hayas aprendido la lección.
- Sí señora.
  Se marchó de la habitación y yo me quedé sola, a punto de desplomarme sobre el suelo y perder la conciencia.



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"Prólogo"

06 noviembre 2011

La oscuridad de la noche me invadía a medida que avanzaba por las lindes del bosque. La luna llena brillaba en lo alto del cielo, haciendo que aquello resultara aún más tenebroso. Tenía miedo, mucho miedo. Y el hecho de escuchar el crujir de las hojas secas unos metros por detrás de mí me hacía sentirlo aún más. No estaba sola, de eso era consciente, pero sabía que si echaba a correr, tenía menos posibilidades de escapar.
   Un sudor frío recorría mi espalda y las manos me temblaban de forma absurda. La conciencia empezaba a adueñarse de mis movimientos y me sentía torpe.
   Cogí mi espejo y lo situé frente a mi cara. A muy pocos metros se encontraba un hombre alto y robusto, al cual, ya había visto otras veces. Era alguien peligroso. Y estaba muy cerca. Por eso no me quedó otro remedio sino llenarme de fuerza interior y echar a correr. Alcancé enseguida una maleza frondosa y no dudé en ocultarme.
   El corazón me latía apresuradamente. No sabía cómo escapar. Pero, al girar la cabeza, todo cambió. Allí estaba él, con aquella sarcástica sonrisa y una pistola en la mano...


A veces, un simple error puede hacer que tu vida se convierta en una oscura pesadilla de la que no puedes escapar. O tal vez sí...



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