- Venga, no nos pongamos sentimentales
anda -sonrió, pero por su abrazo supe que ya era demasiado tarde para los dos.
- Llevas aquí un año y medio más del que
deberías, y cuando cumpla los dieciocho esperaré por ti. ¡Para eso me hubieras
esperado tú! -me reí.
- No quería que estuvieras sola.
- Pero sólo hubieran sido cinco meses, yo
tendré que esperarte siete.
- Valery...
- ¿Qué pasa?
- Siempre tratamos este tema con risas
pero nunca hablamos enserio. Tú... ¿de verdad me esperarías?
- Me sorprende que lo dudes Darío. Eres mi
mejor amigo, lo único que tengo. ¿Por qué iba a irme sin ti?
- Pues no sé -sonrió. - Puede que conozcas
a alguien de quien te enamores y no estaremos juntos.
- Yo no te dejaría ni así -me reí. -
Además, eso también puedo aplicártelo a ti.
- Ya bueno... pero no sé. Era por poner el
ejemplo.
Sonreímos los dos al mismo tiempo que se
abría la puerta y aparecía doña Victoria. Nos miró enfadada al ver nuestras
miradas sonrientes pero no quiso hacerlo notar demasiado.
- Ha terminado el castigo. Podéis salir.
Ambos nos miramos sorprendidos y le dimos
las gracias en un susurro al pasar por su lado. Casi salimos corriendo por
miedo a que se arrepintiera de habernos dejado escapar de su prisión unas horas
antes.
Fuimos directamente al comedor para cenar
con los demás. Allí estaban todos, desde Delia... hasta Jay, el amigo de Darío,
un chico que me llegó a calar tan hondo como nunca pude imaginar.
Fue la primera vez que me enamoré de
verdad y, al mismo tiempo, fui correspondida. Días en los que fui feliz de
verdad en aquel orfanato, días en los que aquellas huidas furtivas para
encontrarnos en las noches se convirtieron en lo más excitante de mi vida. Sólo
hasta que un dulce beso me permitió probar el tacto y sabor de su piel, y el
aroma que desprendía su cuerpo.
Luego, mi amistad con Darío fue intensificándose,
y los celos y las dudas llevaron a pique tal bonita historia.
Ya había pasado un año entero, pero a mí
seguía dándome vergüenza mirarlo a los ojos, seguía cortándome si me tocaba
compartir mesa con él o hacer alguna tarea juntos. Y me incomodaba la idea de
que él sí pudiera tomárselo tan a la ligera. Por eso trataba de evitarlo
siempre que podía, exceptuando días como aquel.
- ¿Nos sentamos allí? -preguntó Darío.
- No sé...
- Venga vamos, está Delia también.
No quería acceder, pero cuando vi a doña Victoria
entrando por la puerta, mis temores me llevaron hasta la mesa sin pensarlo.
- Hola chicos -sonrió Darío.
- Hola colega -rió Jay antes de mirarme,
yo sólo asentí con la cabeza. - ¿Dónde andabas?
- En la habitación de la tortura con
Valery. Estábamos castigados -dijo Darío con firmeza después de unos segundos
al observar las caras de los demás.
- Ah, vale.
Pero todos sabíamos
que aquellas palabras no iban precisamente por el castigo, pues no todas las
mentes se atreven a pensar con inocencia ante palabras que puedan ofrecernos
algún juego.