Capítulo seis

26 junio 2012

**¡¡Mis amores!! Disculpad la tardanza, pero ya vuelvo a estar disponible y me pondré al día con todos los blogs y con mis historias. Gracias por la paciencia, ¡Os quiero! **

A la mañana siguiente, cuando la luz del sol dio de lleno en mi rostro, supe que me había pegado la noche entera llorando, pues los ojos me escocían demasiado y los tenía hinchados. Gracias a Dios, Delia ya se había marchado, por lo que no me vería sometida a un interrogatorio desde tan temprano.
Me levanté con parsimonia y me acerqué al armario. Era lunes, vaya forma de empezar la semana. Cogí mi ropa y me dirigí a la ducha. Como se me había hecho tarde, ya había mucho sitio libre, de modo que no tuve que esperar.
El peor momento llegó cuando bajé al aula de lengua y todos los asientos estaban ocupados. Todos... menos dos: junto a Jay y junto a Saray. Estaba muy claro el motivo por el que rehuía a sentarme con el primero, pero estar al lado de Saray, que me odiaba por ser la mejor amiga de Darío y acaparar toda su atención... tampoco me entusiasmaba demasiado.
Aun así, no me atraía la primera idea después de la conversación que había tenido anoche con mi compañero, por lo que me armé de valor y me fui hasta Saray. Ni siquiera nos miramos. La indiferencia era tal que fue casi como estar sola. De todas formas me sentía incómoda, porque aquella compañía iba unida a ciertas miradas recelosas que se posaban sobre mí desde el fondo de la clase.
Las clases de literatura eran oleadas de magia para mí. Me encantaba recrearme en fantasías que, vistas a los ojos del resto del mundo, parecían absurdas. Lo dijo una vez Juan Rulfo, un famoso escritor mexicano: “Ya que no podemos dominar la realidad, mejor aprovecharnos y controlar el mundo de los sueños”. En ese mundo, aún conservaba a mis padres, y los veía claramente diciendo que me querían y que permanecerían junto a mí. En mi mundo, las paredes del orfanato se convertían en un claro cielo azul, y las baldosas astilladas pasaban a ser un frondoso campo cubierto de flores silvestres. En mi mundo siempre salía el sol, y las gotas de rocío de cada mañana refrescaban y daban vida a un hermoso paisaje que despertaba mis sentidos. Lo mejor era que, visto así, aquel mundo era real, y nadie podría negármelo nunca.
- ¡Valery! -me gritó Darío.
- ¿Qué ocurre? -me sobresalté.
- Ya la clase ha terminado -sonrió.
- Vaya, no me había dando cuenta. Estaba...
- … en tu mundo, lo sé -rió. - Venga, vamos.
Salimos de la clase y nos marchamos a la biblioteca. Si había algo que me gustaba del orfanato era que teníamos horas libres entre cada asignatura. De resto, mi estancia allí era deprimente.
Nos situamos al fondo y me desplomé sobre la silla. Estaba cansada después de mi reflexión el día anterior, incluso me dolía la cabeza por aquel bombardeo de ideas. Pensé que podría aprovechar para descansar y relajarme, pero no me esperaba que Darío fuera a tocar aquel tema.
- Anoche Jay y yo estuvimos hablando -susurró.
- No sé porqué me lo esperaba.
- Está bastante apenado.
- Así me quedé yo hace un año cuando abandonó y me dejó sola.
- No por ello tienes que actuar igual. No es cuestión de venganza...
- ¡Claro que no! Se trata de una cuestión mucho más seria Darío, se trata de amor. Yo jamás podría estar con alguien a quien no quiero.
No sé porqué, pero los ojos de Darío brillaron intensamente al decir yo aquello.
- Si eso es cierto, ¿por qué estás tan mal? Se te nota el cansancio en la mirada, y estoy seguro de que lloraste anoche. Te conozco demasiado bien.
- No es lo que piensas Darío.
- Puede que aún lo quieras pero no lo sabes -dijo receloso.
- ¡Te equivocas!
- Y a lo mejor estarías mejor si lo pensaras.
- Darío, ¡basta! ¿A qué viene esta charla ahora? Sabes de sobra lo que siento, no tienes que venir ahora a darme la lata con este tema.
- ¿Y por qué llorabas?
- Olvídalo, no tengo ganas de hablar de esto. Basta ya de machacarme.
- Ah, ¿ahora resulta que te machaco?
- Nunca hemos hablado de Jay, nunca.
- A lo mejor es hoy el día -dijo seriamente.
- Sabes que no me gusta hablar de ello. Sólo quiero olvidar este mal trago, por favor.
- Aun así deberías replanteártelo. Puede que él...
- ¿Vas a seguir? Si nunca le hemos dado importancia al tema no pienso dársela ahora, que lo sepas -dije mientras me levantaba.
- Eso quiere decir que aún sientes algo -dijo con severidad.
- ¿Qué coño te pasa? No pareces tú.
- Me parece que estás siendo injusta y egoísta.
Ni siquiera le respondí, me di la vuelta y me alejé mientras sus duras palabras resonaban en mi cabeza. ¿De verdad era una egoísta por ser sincera con Jay en vez de darle falsas ilusiones?
Iba de camino a mi siguiente clase cuando me encontré a doña Victoria, que venía de frente por el pasillo. Cualquier otra persona hubiera clavado la vista en el suelo para no tener que enfrentarse a su dura mirada, mas yo no lo hice. La miré directamente, para que se diera cuenta de que no iba a temerle, a pesar de sus castigos e injusticias. Estaba dispuesta a pasar de largo, sin embargo, me sorprendió llamándome.
- Valery, andaba buscándote -dijo con su voz severa, capaz de hacer temblar el suelo.
- ¿Qué desea? -pregunté con inocencia.
- Que acompañes a mi sobrina al pueblo esta tarde -señaló hacia Saray.
- Creo que hay personas más adecuadas que yo para hacerle ese favor.
- Puede, pero vas a ser tú quien lo haga, por el simple hecho de que yo lo ordeno.
- No sé si será buena idea.
- Eso no es algo que me preocupe. A las cinco por fuera de mi despacho, y más te vale que no te retrases -contestó rotunda antes de alejarse.
En un acto reflejo, un tanto infantil a mis diecisiete años, me giré hacia ella y levanté el dedo corazón, mientras la miraba con todo el odio del que era capaz. Furiosa, me marché por el pasillo hacia el aula de matemáticas, y por mi mente pasaba la idea de que desafiarla con la mirada había sido una auténtica gilipollez. “Bien por ti Valery, ¡te has lucido” -gritó mi conciencia. “Tampoco es que me arrepienta” -rió mi lado rebelde. Y mi lado romántico, cómo no, opinaba siempre: “será bonito dar un paseo por el bosque nevado”. Sacudí la cabeza y me senté con Delia para atender a la clase.
Ni siquiera bajé a comer, no tenía ganas de ver a Darío, y mucho menos a Jay. Además, estaba disgustada por la vuelta que iba a dar en la tarde con Saray. Era la primera vez que iba al pueblo sin compañía de un supervisor, y un mal presentimiento recorría mis venas. ¿Qué era lo que tramaba doña Victoria? Y encima con su sobrina, sabiendo que no nos llevábamos bien.
Tumbada en la cama, se me hizo la hora. Hacía frío, así que cambié la rebeca por una sudadera roja, me puse las converse del mismo color, y el gorro y los guantes negros, a juego con mis vaqueros.
Bajé al despacho de doña Victoria, que ya me esperaba en la puerta junto a su querida sobrina. Esta última me miró con una sonrisa y pensé que me lo estaba imaginando todo para hacerlo más llevadero.
- Espero que disfrutéis del paseo -dijo, con una expresión inescrutable.
- Seguro que sí -sonrió Saray.
- Y espero que no cometáis ninguna locura, no me gustan nada las tonterías -dijo, mirándome de reojo.
- Sí señora -susurramos.
Ella entró en si despacho con una sonrisa satisfactoria al ver el efecto de su poder sobre nosotras. Nos marchamos en silencio, cruzamos la puerta, y nos adentramos en el bosque. La idea de salir huyendo se me antojaba irresistible, pero sabía que me la cargaría si lo intentaba siquiera. ¿Es que aquello era una especie de prueba?

De haber sabido lo que iba a pasar en un par de minutos, habría echado a correr sin pensármelo dos veces.



picasion.com

Tranquilo, yo tampoco lo entiendo.

08 junio 2012

Esa maldita sensación de que todo a tu alrededor se desmorona. Esa sensación.
Miro a mi alrededor y noto el vacío, la soledad, a pesar de que miles de personas caminan de un lado para otro cerca de donde estoy. No lo entiendo, pero tampoco quiero molestarme en comprenderlo. Sólo sé que ya no siento. Sólo sé que no sé nada.
Un día pasa. Pasa que estoy de pie en algún sitio y no quiero ser ninguno de los que están a mi alrededor. Ni siquiera quiero ser yo misma, porque ya no me siento conforme con nada. Ese sentimiento de encontrarme fuera de lugar me invade, y no tengo la cura para remediarlo.
¿Por qué? ¿Acaso la vida no puede dejarme tomar un respiro? ¿Acaso no puede tener un poco de piedad unos instantes y dejarme tranquila?
Sigo sin entender por qué me cuesta tanto quererme a mí misma, por qué no soy capaz de explotar lo que llevo dentro y sacarlo a flote sin miedo, sin tener que dejarme llevar por estos absurdos complejos. No quiero dejarme llevar por el resto de las opiniones, por las miradas absurdas, por los murmullos que se ocultan tras mi espalda. Ya no quiero nada. Pero lo quiero todo.
Es un sin sentido, un camino sin salida, un embrujado laberinto que no lleva a ninguna parte. Estoy perdiendo el tiempo, y no sé qué hacer con mi vida. Voy a ciegas, sin rumbo cierto, esperando a que alguien me encuentre, porque yo no soy capaz de hacerlo.
Tranquilo, yo tampoco lo entiendo.



picasion.com