Capítulo siete (Primera parte)

22 julio 2012

Se estableció un silencio incómodo mientras recorríamos las lindes del bosque. Tan sólo era media hora de camino, pero aquella parcela salvaje era tan frondosa que no todos los que se adentraban allí eran capaces de guiarse por el camino correcto. Por eso, la mayoría prefería bordear el orfanato y dirigirse al pueblo por la carretera. Era más fácil, mas todos sabían que a mí me gustaba complicarme la vida. Ya que podía disfrutar un poco de la naturaleza, ¿por qué no iba a aprovecharlo?
Lo más extraño de todo fue que Saray, siendo como era ella, no hubiera puesto pega alguna cuando me vio adentrándome en el bosque. No me gustaba sentir miedo, pero aquella situación empezaba a escalofriarme.
- Parece que te llevas muy bien con Darío -saltó de repente.
- Para algo es mi mejor amigo.
- ¿Estás segura de eso Valery? -preguntó divertida.
- Completamente -bramé, mirándola con dureza.
- Eres tan inocente... que incluso siento lástima hacia ti -se burló mientras yo la adelantaba con mis pasos.
- No me importa lo que pienses de mí, así que ni te molestes en gastar saliva. Es más, no tengo ningún interés en hablar, pues no tengo ninguna gracia estar aquí. Si te acompaño es por obligación, no por agrado, y sé que a ti tampoco te hace gracia. Así que mejor callarnos y lo haremos más llevadero.
Esperé unos segundos a que contestara. Entonces me giré y me llevé la mayor sorpresa de toda mi vida. Saray no estaba. Miré a mi alrededor pero no la encontraba por ningún sitio. Incluso grité su nombre, pero nadie me respondió. Un sudor frío recorrió mi espalda y empecé a ponerme nerviosa. No tenía ni idea de qué era lo que debía hacer. “Debes ponerte a salvo” -gritó mi conciencia. “¿A salvo? ¿Cómo que a salvo?” -pensé aterrada.
Decidí ponerme en camino hacia el orfanato y avisar a doña Victoria de lo que había ocurrido. Seguro me echaría la culpa o me haría responsable, pero esa era la mejor opción. Sin embargo, estaba tan nerviosa que me encontraba desorientada y no sabía por dónde volver.
-Tengo que intentar relajarme -susurré con los ojos cerrados.
Me dispuse a seguir el camino de mis propias pisadas para poder regresar. Iba a hacerlo cuando escuché un fuerte estallido, seguido por un golpe sordo. Mis pies se quedaron tiesos sobre la nieve. Comencé a sentir un miedo extraño, que se adentraba en mí de forma dura y fría como el hielo.
Lo más lógico hubiera sido que saliera corriendo, pero mi instinto dirigió mis pasos hacia el lugar de donde provenía el estruendo. A medida que me acercaba, escuchaba unas voces graves gritando y discutiendo. Me escondí detrás de un grueso árbol y miré. La escena me dejó pálida y sin aliento, y un extraño dolor me recorrió el cuerpo, el dolor del miedo.
Tendida en el suelo, a varios metros de donde yo me encontraba, estaba Saray con los ojos cerrados, y unos cinco hombres la rodeaban. Uno de ellos se encontraba agachado a su lado, mirándola con atención. Cuando se levantó y me fijé en el arma que llevaba en la mano, se me paralizó el corazón mientras comprendía lo que había pasado.
Saray estaba muerta. Pero... ¿por qué? ¿Quiénes eran aquellos hombres? ¿Qué hacían allí? ¿Qué motivos tenían para haber hecho aquello? Ella era sólo una adolescente, no podía haber hecho nada como para sufrir aquel destino. ¿O tal ves sí?
La conversación que se estableció entre aquellos hombres me devolvió al mundo real.
- ¡Idiota! -gritó el del arma a otro de ellos. - ¡Te has cargado a la chica equivocada!



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