¿A la chica equivocada? En aquel momento
estaba completamente atacada pensando en el significado de aquellas palabras.
No podía referirse a mí. ¿Por qué iban a querer matarme a mí si no había hecho
nada? Ni siquiera tenía familia, aquello era completamente absurdo.
- Ahora tendremos que buscarla por todas
partes, si no ha salido huyendo ya. ¡Y todo por tu puñetera culpa! Aprende a
hacerme caso, que para algo estoy al mando -volvió a gritar.
Entonces comprendí que me estaban buscando
a mí. No sabía por qué ni, se me ocurría motivo alguno en aquel instante. Mi
cabeza sólo pensaba en echar a correr y huir para ponerme a salvo, pues tenía
claro que mi vida corría peligro, y cada segundo que perdiera buscando razones
inexistentes me acercaba más al abismo.
Sin poder apartar la mirada de aquel grupo
de hombres, comencé a caminar hacia detrás, y mi querida naturaleza quiso
traicionarme. Sin darme cuenta, pisé una rama seca, y el sonido se expandió a
través del silencio del bosque. Alcé la vista, y vi que el jefe tenía la vista
puesta en mi dirección. La había fastidiado.
Me di media vuelta y empecé a correr
encabritada, a pesar de que mis pies no hacían otra cosa sino hundirse en la
nieve.
Jamás había conocido el significado del
miedo hasta aquel momento. Sentía un sudor frío que me recorría la espalda, y
mi corazón sufría palpitaciones continuas por culpa del terror que sentía. No
hacía sino correr, a pesar de que me dolían las piernas y sentía que el corazón
se me iba a salir del pecho. Incluso me escocían los ojos de las ganas de
llorar que tenía. Pensaba en Saray y en lo que estaba sucediendo, ¿de verdad
era real todo aquello?
Me tropezaba a cada momento por culpa de
la nieve, y deseé haberme puesto otro tipo de zapatos. Estaba tan asustada que
no podía ni pensar con la cabeza. En ella sólo resonaba la palabra “huir”. Para
colmo, escuchaba cómo unos pasos me perseguían, lo que provocaba muchos ataques
de histeria dentro de mí. ¿Dónde podía ocultarme? Ni siquiera sabía hacia dónde
me dirigía.
Sin darme cuenta, choqué con una piedra y
me caí de bruces contra el suelo. Sentía una presencia tan cerca que sólo fui
capaz de arrastrarme hasta unos matorrales y ocultarme detrás. Pasaron unos
segundos hasta que el hombre que había estado junto a Saray llegó al lugar. Di
gracias al hecho de que sus pisadas hubieran cubierto las mías, que la nieve
que caía hubiera disimulado mi rastro, y que aquella piedra me hubiera hecho
caer, o me habría alcanzado.
Me quedé mirando aquel hombre con
atención, intentando averiguar por qué me perseguía. Le echaba unos treinta
años. De resto, no me sonaba su rostro. Él miró de un lado a otro antes de
volver a echar a correr. Ahí fue cuando estallé y las lágrimas comenzaron a
salir. Era una experta en llorar en silencio, de modo que no me preocupaba
delatarme a mí misma.
¿Es que no tenía suficiente con ser
huérfana? ¿No tenía suficiente con haber pasado tantos años en aquel maldito
orfanato con doña Victoria? Se veía que no. Por si fuera poco, también querían
matarme.
Sentada en la nieve, comencé a arrastrarme
hacia detrás. Fue cuestión de segundos. Una mano me tapó la boca mientras un
brazo me cogía por la cintura y me pegaba al cuerpo de su dueño.