- Como lo sigas devorando así te
quedarás sin aire -rió Darío.
- Vaya, lo siento -dije avergonzada. -
Es que me moría de hambre.
- Lo sé, lo sé -sonrió. - Era una broma.
- Llevo tanto tiempo aquí que ni sé la
hora que es.
- Deben ser las cinco y algo. Cogí eso
de la cocina un rato después de almorzar. Luego fue cuando me cargué la
ventana.
- Aún no me has contado qué hiciste -me
reí.
- Estaba jugando al fútbol con los críos
y el balón se me escapó hacia la ventana. Te puedo prometer que no fue adrede
-dijo riéndose.
- Me encanta tu delicadeza -sonreí.
- Lo sé.
Me guiñó un ojo
y se puso a rebuscar en sus bolsillos. A los pocos segundos, sacó un cigarrillo
y se lo encendió, casi con desesperación. Yo lo miré con los ojos muy abiertos.
- ¿Qué haces?
-pregunté.
- Fumar un poco. La verdad es que lo
necesito.
- ¿Me das una
calada?
- Olvídalo Valery, sabes lo que pienso
de que fumes.
- Sí tú puedes hacerlo, yo también puedo
si quiero.
- Me da igual. Esto está mal Valery, no
quiero que caigas en lo mismo que yo.
- Darío... no me convences. Además,
sabes que no caeré.
Me miró con
aquellos profundos ojos castaños y me permitió que le robara el cigarro de las
manos. Me lo llevé a los labios y le di una calada profunda para desahogarme.
Yo no fumaba, la
verdad es que no era algo que me aficionara demasiado. Sin embargo no me negaba
a probar, y menos cuando miraba la expresión de Darío al echarse un cigarrillo
con toda la calma del mundo.
No hice sino
separarlo de mis labios y Darío me lo arrebató sin dudarlo. Sin embargo, la
mirada que le dirigí fue de ternura, pues me hacía sonreír el hecho de que me
protegiera tanto. Cabe decir que él ya no tenía por qué estar allí, sólo lo
había hecho para hacerme compañía.
Cuando Darío
cumplió los dieciocho años en Agosto, doña Victoria le dio la opción de
marcharse, pues al alcanzar la mayoría de edad, era libre de elegir irse. Sin
embargo, él decidió quedarse en aquel maldito orfanato por mí, sabiendo que la
regla de doña Victoria no le permitiría abandonar aquel lugar antes de cumplir
los diecinueve. Doña Victoria daba asilo por años, no por meses, y si te
intentabas escapar o te marchabas, estarías en deuda con ella toda la vida. Por
experiencia propia, no era bueno tener a una mujer como aquella en contra.
- Darío, ¿por qué no te marchaste?
-pregunté mirado al suelo.
- Valery, no voy a hablar del tema otra
vez.
- Tenías la oportunidad de librarte de
este sitio y la dejaste escapar.
- ¿Y a dónde
iría? No tengo a nadie ahí fuera, nadie con quien compartir mis cosas, nadie
que me conozca. Sólo estás tú -susurró.
- No te abandonaré nunca, tú también
eres lo único que tengo -dije, apoyando mi cabeza en su hombro.