Capítulo cuatro (Primera parte)

25 enero 2012

- Como lo sigas devorando así te quedarás sin aire -rió Darío.
- Vaya, lo siento -dije avergonzada. - Es que me moría de hambre.
- Lo sé, lo sé -sonrió. - Era una broma.
- Llevo tanto tiempo aquí que ni sé la hora que es.
- Deben ser las cinco y algo. Cogí eso de la cocina un rato después de almorzar. Luego fue cuando me cargué la ventana.
- Aún no me has contado qué hiciste -me reí.
- Estaba jugando al fútbol con los críos y el balón se me escapó hacia la ventana. Te puedo prometer que no fue adrede -dijo riéndose.
- Me encanta tu delicadeza -sonreí.
- Lo sé.
Me guiñó un ojo y se puso a rebuscar en sus bolsillos. A los pocos segundos, sacó un cigarrillo y se lo encendió, casi con desesperación. Yo lo miré con los ojos muy abiertos.
- ¿Qué haces? -pregunté.
- Fumar un poco. La verdad es que lo necesito.
- ¿Me das una calada?
- Olvídalo Valery, sabes lo que pienso de que fumes.
- Sí tú puedes hacerlo, yo también puedo si quiero.
- Me da igual. Esto está mal Valery, no quiero que caigas en lo mismo que yo.
- Darío... no me convences. Además, sabes que no caeré.
Me miró con aquellos profundos ojos castaños y me permitió que le robara el cigarro de las manos. Me lo llevé a los labios y le di una calada profunda para desahogarme.
Yo no fumaba, la verdad es que no era algo que me aficionara demasiado. Sin embargo no me negaba a probar, y menos cuando miraba la expresión de Darío al echarse un cigarrillo con toda la calma del mundo.
No hice sino separarlo de mis labios y Darío me lo arrebató sin dudarlo. Sin embargo, la mirada que le dirigí fue de ternura, pues me hacía sonreír el hecho de que me protegiera tanto. Cabe decir que él ya no tenía por qué estar allí, sólo lo había hecho para hacerme compañía.
Cuando Darío cumplió los dieciocho años en Agosto, doña Victoria le dio la opción de marcharse, pues al alcanzar la mayoría de edad, era libre de elegir irse. Sin embargo, él decidió quedarse en aquel maldito orfanato por mí, sabiendo que la regla de doña Victoria no le permitiría abandonar aquel lugar antes de cumplir los diecinueve. Doña Victoria daba asilo por años, no por meses, y si te intentabas escapar o te marchabas, estarías en deuda con ella toda la vida. Por experiencia propia, no era bueno tener a una mujer como aquella en contra.
- Darío, ¿por qué no te marchaste? -pregunté mirado al suelo.
- Valery, no voy a hablar del tema otra vez.
- Tenías la oportunidad de librarte de este sitio y la dejaste escapar.
- ¿Y a dónde iría? No tengo a nadie ahí fuera, nadie con quien compartir mis cosas, nadie que me conozca. Sólo estás tú -susurró.

- No te abandonaré nunca, tú también eres lo único que tengo -dije, apoyando mi cabeza en su hombro.



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Capítulo tres (Segunda parte)

07 enero 2012

Abrió la puerta de aquella monstruosa habitación y me empujó con tanta fuerza que caí de rodillas. Al levantarme y ver a doña Victoria en el umbral de la puerta me extrañé. Me esperaba recibir el castigo de siempre, así que verla con aquella actitud me confundía.
- Sé lo que piensas, y te aseguro que estoy tentada de darte tu merecido, pero no vale la pena que malgaste mis fuerzas.
- No entiendo qué hago aquí entonces.
- Te quedarás aquí encerrada durante todo el día, a ver si así aprendes mejor la lección. Ni comida ni bebida.
Sabía que quería que me quejara, pues así le daría el gusto de sentirse conforme con el castigo. Ese fue el motivo que me hizo guardar silencio. Doña Victoria, furiosa, estampó la puerta y se alejó con paso firme por el pasillo.
Yo me senté pegada a la pared y suspiré. Debía tener mucha paciencia para poder pasar con calma aquel día tan largo. El vaho de color blanco se extendió ante mis ojos y lamenté no haberme puesto algo más abrigado aquella mañana.
Fuera escuchaba los gritos alegres de los más pequeños del orfanato, y supe que doña Victoria había querido vengarse de mi actitud indiferente. Y lo había conseguido, pues verme allí dentro privada de algo que me gustaba era una cosa que me comía por dentro.
Los minutos se me iban pasando lentos, demasiado lentos, por lo que ese maldito sentimiento que era el remordimiento comenzaba a pasearse por mi mente, orgulloso de aflorar por fin en mí. Pero mi querido orgullo era más fuerte, por lo que jamás sería capaz de reconocer que me arrepentía de haber contestado a doña Victoria por la mañana.
Perdí la noción del tiempo, y no pensaba en otra cosa sino que el día llegara a su fin. Por eso me sobresalté tanto cuando la puerta se abrió de repente. Alcé el rostro y me encontré con la severa mirada de doña Victoria. Lo que me sorprendió fue ver a Darío a su lado, mirándome con cierta expresión divertida.
- Mira por dónde has tenido suerte, te traigo un acompañante. Ha roto el cristal del vestíbulo con sus gracias absurdas -escupió mientras empujaba a Darío. - Como siga esta rebeldía me veré obligada a tomar medidas más severas, que os quede claro.
Una última mirada y se marchó de nuevo. Yo sonreí y me levanté corriendo para abrazar a Darío. Casi salté a sus brazos.
- Juro que te mataré como lo hayas hecho adrede -me reí.
- ¡Venga ya! Ese vestíbulo necesitaba una ventana nueva, ya ni se veía el exterior aunque te pegaras todo el día dando brillo.
- Ahora te pasarás todo el día aquí estúpido.
- Tengo buena compañía, no me quejaré -sonrió despreocupado mientras se sentaba pegado a la pared. - Además, no me critiques tanto o no te daré lo que te he traído.
- Vale, creo que puedo hacer el esfuerzo -dije antes de arrodillarme ante él.
Metió las manos en el bolsillo de su chaqueta y me sacó medio bocadillo envuelto en papel plástico. Mi sonrisa aumentó cuando desenvolvió otro papel de aluminio, y me enseñó media tableta de chocolate.
- Oh dios, ¡eres increíble! -grité mientras lo abrazaba.
- Supuse que tendrías hambre. Pero baja la voz o doña Victoria volverá. Se supone que estamos castigados.
Reí suavemente antes de sentarme bien a su lado y abrir el bocadillo mientras de me hacía la boca agua.



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